Erase una vez una encantadora niña, a quien la vida le había reservado una de las tantas adversidades que posee en su chistera. Era sordomuda.
Durante su infancia, pasaba la mayor parte de sus ratos libres observando a un maltrecho vagabundo tocar un destartalado violín en una esquina.
Alcanzada ya la adolescencia, decidió comprar un violín e intentar encontrarle algún sentido a su existencia.
Pero llovieron muchas críticas por parte de su entorno; ¿Un pato queriendo volar?,¿Una sordomuda intentando tocar el violin?,¿Te has vuelto loca?,¿Porqué no intentas aprender otra cosa?, ¡Estas desperdiciando el tiempo de todos!...eran algunos de los sermones y reprimendas que a diario recibía.
Absolutamente aplastada y vencida por estos infortunios, volvió a aquella esquina...donde a pesar de los años, un descamisado y más viejo vagabundo seguía haciendo valer su antiguo aparejo con cuerdas.
Terminada la función, los rostros de ambos se miraron.
El vagabundo en un lenguaje de signos perfectamente interpretado pregunto a la joven:
-¿Aun tocas el violín?
Ella no puedo aguantar y sus ojos se bañaron en un mar de lágrimas.
Sentados los dos en el bordillo de la calle e intentando hacer frente bajo un simple techo a la incesante lluvia que caía, la joven todavía bañada en lagrimas pregunto al maltrecho nómada:
-¿Por qué tengo que ser diferente a los demás?
El respondió con manos firmes:
-¿Por qué tienes que ser como los demás?
-La música es algo visible...
-Cierra tus ojos y podrás ver y oír...
La joven esbozo una pequeña sonrisa cuando regreso a su hogar, sus pequeñas manos cogieron el violín y comenzó a tocar....
Sintió en su estomago como un capullo se abría y una hermosa mariposa comenzaba a volar y volar.
Volvió días mas tarde a la ya conocida esquina y decidió tocar junto a aquel hombre. Pasaban horas y horas manipulando sus preciosos instrumentos, interpretando algunas de las partituras más complicadas, y como no, divirtiendo a la gente que por allí pasaba.
En su camino a casa, vio pegado en la pared de su calle un gran cartel que anunciaba un concierto de música clásica para jóvenes talentos y sintiendo curiosidad, decidió apuntarse.
Terminada la inscripción, volvió corriendo a la esquina a contárselo a su gran compañero de cuerda, pero su alegría se convirtió en horror, tristeza y llanto al saber por medio de una anciana que por allí vivía, que su amigo había dejado de estar entre nosotros.
Desolada, desconcertada, perdida y sin rumbo, pensó en desapuntarse del concurso, pero una voz interior le hablaba, unas pequeñas mariposas seguían revoloteando su destrozado interior...
Fue la última en la lista de actuaciones, con un público cansado, medio dormido y deseoso de irse, la chica salió a tocar...
Hoy, muchos años más tarde, todavía se recuerda en el viejo auditorio aquella interpretación.
Se dice que sus paredes nunca han vuelto a escuchar nada igual...
Me gusta que son cortos, conciso y llenos de imágenes.
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